Pensamos que es una etapa más de la vida. Al mirarlos notamos su piel cansada, sus canas, su caminar lento y su hablar pausado, y no siempre nos damos cuenta que esta etapa es la última que tendrán. Pero, como la vida es la encargada de señalarnos que cada momento  trae su artilugio y, al mismo tiempo, el cuerpo pasa su factura, llegan otras enfermedades; unas sencillas de manejar, otras más o menos y, otras muy complejas que los afectan directamente a ellos como a su entorno familiar. Personalmente he vivido esta experiencia. Mi mamá falleció hace dos años después de sufrir una enfermedad que parecía sencilla pero terminó siendo fatal, y mi papá fue diagnosticado con Alzheimer. ¡Qué palabra tan difícil de digerir! En fin, más adelante les contaré esta experiencia. Lo que sí me parece importante resaltar es que la mal llamada vejez implica más que arrugas y canas: es la última oportunidad que tienen nuestros padres de saborear todo lo que ha constituido su vida, sus hijos, sus nietos, sus amigos, su casa, en fin, todo lo que para ellos fue importante y por lo cual se esforzaron tanto. Como hijos seamos sus bastones de apoyo, sus medicinas que brindan alivio, y sus abrazos que estimulan el amor y la fraternidad. 

¡Coversémoslo!